¿Me preguntas por Bebo Valdés?
¿Me preguntas por Bebo Valdés?
La primera imagen que se me pasa por la cabeza no es por su música, no es por ninguno de sus discos, ni siquiera por las colaboraciones que el ya nonagenario artista prestó al cine en los últimos años de su vida… No, la primera imagen que se me pasa por la cabeza es que el pianista cubano es una metáfora, tan excelente como cualquier otra, para visualizar la realidad de un país divido en bandos que parecen irreconciliables y generador de dramáticas separaciones familiares.
Bebo Valdés fallece en Suecia. Su hijo Chucho Valdés, fundador de los legendarios Irakere, continúa residiendo en Cuba.
Padre e hijo se unieron hace años en un concierto ya inmortal que tuvo lugar en Los Cristianos, Tenerife, y que quienes tuvieron ocasión de verlo y disfrutarlo atestiguan con su memoria que hizo historia.
Una historia muy diferente a la de un país cuyo corazón tiene dos mitades.
La inmensa diáspora que vive en el exilio y a la que le cuesta un riñón perder ese acento dulzón en el que las R se convierten en L pegajosas y almibaradas, y otro representado por los que se quedaron y viven resignadamente –“no es fácil, chico, hay que trabajar mucho”– en un territorio que parece que se quedó detenido en el tiempo.
Cuba es de hecho una tierra donde las agujas del reloj se detuvieron a finales de los años cincuenta del pasado siglo XX, cuando las tropas de guerrilleros verde olivo descendió de la Sierra y parecían traer la tierra prometida que todavía hacía costras en sus revoltosas y revolucionarias barbas.
Bebo Valdés tocaba el piano, el gigante de color oscuro no quiso nunca entender de lides políticas, esa batalla por las ideas que no comprende donde suena el corazón de la música.
Valdés debe de tocar con los ángeles si existe algo parecido al cielo.
Cuenta la leyenda que Cristóbal Colón dijo, cuando pisó por primera vez la mayor de Las Antilla, algo así como “esta es la tierra más hermosa.” Una frase cursi que parece sacada de un rancio anuncio turístico, aunque se perdona porque se nota que está empapada por la emoción: “la tierra más hermosa”.
El piano más hermoso fue el de Valdés.
Piano que pone ahora acento sonoro a la degradación de lo que tuvo que ser antaño la antesala del paraíso.
El fantasma de El Caballón, como se le conocía, debe de flotar ahora por La Habana mientras le llora en silencio resignado su hijo Chucho.
Una Habana que se cae a pedazos.
Anciana ciudad de La Habana cuyas calles y avenidas las salpican cicatrices resultado de la dejadez de un sistema que nunca prestó demasiada atención a su música.
El Caballón tuvo otro temple que el Caballo, que no es otro que Fidel Castro.
Un Fidel Castro al que imagino como un patriarca envejecido que no ha perdido su mal genio.
Esa obstinación retorcida que lo ha hecho símbolo de una causa inevitablemente perdida.
¿Me preguntas por Bebo Valdés?
Quiero recordar a Valdés recorriendo con sus dedos las teclas de un piano.
Al fondo La Habana y las olas del mar rompiendo contra los muros desgastados del paseo del Malecón.
Saludos, azúcar amargo, desde este lado del ordenador.
Marzo 24th, 2013 at 5:20
Con Bebo me encontré, afortunadamente, cara a cara varias veces y nunca pensé que iba a morir. Transmitía tanta vitalidad y ganas de vivir que son de esas personas que imaginas que son inmortales. Lo disfruté una noche, de casualidad, en Madrid, en la desaparecida sala Calle 54, estrenando, con Cigala, el que luego sería para el New York Times el mejor disco de jazz del año: Lágrimas negras. Esa noche mágica que me tocó vivir en primera fila se cerró con una jam session con Carlinhos Brown y Carmona de Ketama en el escaso escenario madrileño. Luego, oficié de hacedor para unir en un concierto único y exclusivo a Valdés padre e hijo, que se reconciliaban de viejas cuentas familiares en un hotel del sur de Tenerife, con la colaboración de la nieta de Bebo e hija de Chucho. Bebo, padre de muchos ritmos tradicionales cubanos, le daba su master particular en nuestra presencia indicándole a su nieta que cuando tocara siguiera siempre a la percusión. ese año del concierto de las tres generaciones Valdés, del que se hizo eco la prensa mundial, Bebo tocó el piano del hotel Villa Cortés a cuatro manos, con Chucho, en presencia de gente como el poeta Angel González. Luego, por la noche, Bebo, desvelado nos pedía amistosamente un piano para tocar para nosotros en el hotel hasta el amanecer si hacía falta. Ese lujo lo viví en primera persona. Era un animal del piano, instrumento que formaba parte de su anatomía. Y siempre me dijo que Ernesto Lecuona, de ascendencia canria, era el padre de la música cubana y el mejor pianista que había dado siempre la Perla del Caribe. Un abrazo, Bebo.
Marzo 24th, 2013 at 13:03
Gracias Martín por tus palabras. Un testimonio de aquel concierto que ya es eterno.