La chica que leía a Faulkner, una novela de Juan Capote

Mayo 7th, 2024

Resultaría una pena que una novela como La chica que leía a Faulkner (Oblivion, 2023) se perdiera en el maremágnum de novedades porque se trata de un libro que sin ser redondo, sin lograr alcanzar la perfección, sí que sabe conmover y meterse al lector que no está avisado en el bolsillo.

No se trata de un texto generoso en páginas. De hecho, casi parece que el escritor de origen palmero, Juan Capote, recurrió a un calculado número de palabras para contar una historia que pivotea entre el amor y la venganza, con un asesinato de por medio, el primer y único muerto de una historia que para algunos podría emanar cierto perfume negro y criminal pero que para otros va un poco más allá, saltándose la frontera del género porque el género es lo que menos le importa a Juan Capote y sí poner el acento en una relación que va más allá del tiempo y que narra, le cuenta al lector, en dos periodos cronológicos y marcadamente diferentes pero tan fundamentales para entender el proceso de transformación que viven sus dos protagonistas, Claudia y Julio. Historia de amor que el autor describe con atinado pulso narrativo y en la que el iniciado puede encontrar ecos de Lolita (la edad de Claudia es sensiblemente inferior a la de Julio) y rastros del mejor James M. Cain, que fue ese escritor norteamericano que en la edad de oro del género negro explotó la figura de la mujer fatal en este tipo de historias oscuras en novelas ya canónicas como El cartero siempre llama dos veces o Doble Indemnización, entre otras.

Además de la relación, que uno no sabe al principio si obedece a algún plan siniestro que prepara Claudia, se cuela también el aliento de la literatura. De hecho es la literatura la que hace que Claudia y Julio conecten en la novela, sobre todo porque la primera lee un libro de William Faulkner cuando el azar hace que conozca a Julio y poco a poco establezcan una relación tormentosa, al inicio plagada de secretos que va dejando ella como piedrecillas en el sendero por el que transita este romance peligroso.

El relato se desarrolla en Madrid durante los años de la Transición y en la actualidad lo que permite acercarse a la vida de un joven estudiante universitario en la capital de España. El viene de Canarias y su acento, que resulta algo gracioso a los habitantes de esta ciudad, rompeolas de un país que se nos perdió hace ya tiempo, logra que Claudia tome confianza con él por la calidez que emana no solo su voz sino también su carácter tranquilo y sosegado. Comparte Julio vida en esa ciudad de luces eternas con un amigo, Aurelio, que sirve de contrapunto a la locura enamorada que vive Julio, y que como si actuara al modo de un Sancho Panza moderno, hace lo que puede para que ponga sus pies sobre la tierra. En especial cuando observa el entusiasmo y la fe que recobra ante la existencia su compañero de vivienda. También la inquietud que marca su romance con Claudia.

La novela da un salto en la segunda parte a la actualidad para presentarnos qué rumbo ha llevado la pareja y que por circunstancias que no vamos a explicar se separaron años atrás aunque en esa separación el único dolor que habite sea el de las formas, la manera en la que los dos decidieron seguir por caminos diferentes.

El reencuentro, ya como adultos y con las huellas de la edad dibujando sus rostros, se producirá también en Madrid que es una ciudad que no solo sirve de telón de fondo y escenario para contar esta historia sino también como un mapa sentimental en los que distintos rincones de la capital española van marcando al rojo el itinerario de los protagonistas aunque la novela incida más en él que en ella sin que él termine de monopolizar el texto. Un punto que se agradece y que deja más espacio a un relato que si bien no termina de estar demasiado atinado en su final, ni con esas logra que se me borre el entusiasmo y sobre todo la agradecida capacidad de sorpresa que tuve cuando comencé a leer esta novela que publica una editorial independiente que se toma en serio la edición. Se dice toma en serio la edición porque además de contar con un texto notable, el libro está delicadamente maquetado. Hay vocación de arropar con traje de sastre las palabras que cuentan y envuelven a La chica que leía a Faulkner.

El caso es que soy consciente que, tras esta gratificante experiencia lectora, seguiré con atención el rumbo literario que emprenderá en próximos títulos Juan Capote porque estamos no ya ante el nacimiento de un escritor de fuste, sobresaliente en el terreno de las letras que se escriben no solo en el archipiélago sino más allá, sino también ante una novela insólita, que rompe tendencias y que apuesta por contar una historia íntima con una asombrosa economía de palabras. Es aquí donde se vislumbra la capacidad que tiene su autor para navegar por ella.

En cuando al muerto no hay conflicto moral, salvo que el asesino/a sea descubierto por la policía. La víctima fue un hombre malvado, un tipo indeseable y que con justicia no merecía estar en este mundo claro que aún con ésas no deja de sorprender que termine asesinado y con el paso del tiempo su autor y su cómplice hayan aplacado al gusanillo de la conciencia. Ese mismo que podría mortificar por razones naturales a los protagonistas de esta novela inclasificable y un poco rara. Un cruce, ya se dijo, bastardo entre el mejor Nabokov y Cain.

Saludos, leamos, leamos, leamos, desde este lado del ordenador

Carter, una novela de Ted Lewis

Mayo 6th, 2024

Soy un aficionado confeso a las películas protagonizadas por Michael Caine y entre su extensa filmografía destaco un título que bajo el nombre de Asesino Implacable (1971) inmortalizó al actor interpretando a su personaje protagonista, Jack Carter. Silvester Stallone protagonizaría muchos años después una nueva versión pero no tiene demasiado que ver con el espíritu de aquella primera producción que se basa en una novela, Carter, escrita por Ted Lewis.

Que me atreva a decir que la novela de Lewis es mucho mejor que la película dice mucho aunque sea verdad que mientras la leía con los ojos muy abiertos el protagonista, el Carter del título, tuvo siempre la presencia física de Caine. De hecho, parece que el personaje nació para que lo protagonizara el actor de películas como Zulú o Alfie, entre otras. Y es que Michael Caine da el tipo perfecto de canalla británico. De tipo que se ha curtido en las calles de Londres mientras se buscaba la vida.

Ted Lewis, que por desgracia falleció demasiado pronto, escribió otras dos novelas dedicadas a Carter. En España, que tenga noticia, solo se han publicado dos, esta Carter y La ley de Carter que no funciona como secuela sino como precuela. Si se lee Carter se entenderá la razón.

Hay otro tercer título que se ha traducido al idioma de Cervantes, No solo morir, en la que no aparece este asesino a sueldo sino un empresario que ha hecho dinero en la industria pornográfica cuando las películas pornos eran clandestinas y se rodaban en súper 8mm. Algunos dicen que este último título es de los mejor de la carrera del escritor pero para gusto nacieron los colores. A mi me parece una gran novela, construida además con vocación literaria que va del pasado al presente según se suceden los capítulos pero sigo prefiriendo Carter porque me parece un personaje que tiene los mismos mimbres que el Parker de Richard Stark (pseudónimo tras el que se escondía Donald Westlake), es decir, el de un tipo duro y frío como el acero. Capaz de arramblar con todo cuándo busca respuestas. Y en Carter la respuesta que busca es que alguien le informe de quién asesinó a su hermano y por qué. Sabrán si leen la novela si lo descubrirá y que hará con la gente que descubre que rodearon a su hermano antes de que éste falleciera.

Al inicio de la novela sus conocidos le sugieren de buenas maneras que regrese a Londres, que ya no tiene nada que hacer en la ciudad en la que nació y vivió una infancia y adolescencia complicada, pero Carter es testarudo como una mula, así que no hará caso y regará pronto de cadáveres aquellas calles en las que jugaba de pequeño, cuando su hermano muerto era quien lo defendía de los abusones del barrio.

Escrita con frases cortas, que casi parecen trallazos, a Ted Lewis deberían de recordarlos todos los seguidores de la literatura negra como un maestro. Al menos del noir británico, denso, me consta, de grandes escritores que se dedicaron a observar y narrar la cara B de su país. Es esa sociedad dentro de la sociedad la que forjó el Imperio Británico en el pasado. Fueron canallas como Carter, asesinos profesionales en los que corre por sus venas sangre helada, los tipos que lo hicieron posible.

Carter es un personaje anómalo en el género aunque cuente con ilustres primos hermanos como Parker, ya citado, dos tipos rudos que juntos serían capaces de acabar con cualquiera organización que se les pusieran de frente.

En el caso de Carter resulta además extremadamente incorrecto en estos tiempos de fascismo dulce que vivimos. Carter es un producto de aquellos años, los 60 y 70, y por lo tanto frío, amoral y calculador aunque a veces sus operaciones no resulten como esperaba.

Engrandece además una literatura como es la británica a la que gusta presentar personajes individualistas y un poco bestias. Tipos que están más allá del bien y del mal y que por eso mismo hacen las cosas que hacen. Tienen muy claro porqué actúan así y si bien fueron más que tirantes las relaciones que mantuvo con su hermano, en especial cuando ambos llegaron a la mayoría de edad, eso no resta que quiera hacer justicia cuando descubre que más que suicidio lo que pasó fue que unos decidieron quitárselo de encima. La incipiente industria del porno asoma también la cabeza en esta novela pero no voy a desvelar de qué manera para que la lean y conozcan a su protagonista. Un hombre solitario cuya familia tras la muerte de su hermano ha quedado reducida a una sobrina con la que no se lleva nada bien. La otra familia es una organización criminal para la que trabaja en Londres. Que ahora se encuentre en su tierra natal se lo ha tomado como unas pequeñas vacaciones, vacaciones que cambian al convertirse en una venganza despiadada.

Fue leer Carter y engancharme a la literatura de su autor Ted Lewis, uno de los grandes. De los más grandes de esta literatura que antes sí que sabía pegar tiros y no al aire precisamente.

Saludos, explosivos en el té, desde este lado del ordenador

Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife: El horror, el horror

Mayo 4th, 2024

Es terrible pensarlo pero lo pienso cuando paseo por la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife, que ya no es feria ni , y no porque coincida en el mismo espacio, el parque de García Sanabria, con otras ferias como las de flores y plantas, cada vez más arrinconada por la de dulces, mieles, pasteles y chocolates de la tierra, y la de artesanía, lo que hace intransitable pasear por las alamedas es la avalancha de personas que suben y bajan. Que bajan y suben. Fue así el miércoles 1 de mayo y fue así, aunque con menos ciudadanos, la tarde del jueves 2 y se repitió el viernes 3, Día de la Cruz y con la que la ciudad recuerda el primer campamento castellano que se estableció en Tenerife hace ya mucho, muchísimo tiempo…

Así que es inevitable pensar, mientras camino con Kala tirando de la correa por el paseo de Domingo Pérez Minik que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Hay más dinero, me cuentan. Y apoyo de instituciones que, como el Cabildo Insular, respaldan esta edición del 2024 tras años y años de mirar a otra parte, de pasar olímpicamente de la Feria del Libro de Tenerife que se celebraba en la capital tinerfeña y no esta de ahora, Feria del Libro de Santa Cruz pero no de la isla. En cuanto al amerizaje del Cabildo, una pequeña carpa y unas cuantas sillas.

La Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife ha terminado por convertirse en un estrecho caminito flanqueado por casetas de librerías (pocas para las que hay en toda la isla).

Recuerdo que hace unos años la Feria del Libro cubría tres de los cuatro paseos del parque claro que entonces era la Feria del Libro de Tenerife y no de Santa Cruz, que es la de ahora, tan changa y birriosa.

Existe un programa de actividades paralelas. Hay actos para los niños que lo sufren todo sin rechistar y para los adultos que se lo comen todo sin protestar también porque vivimos en una capital de plácida ignorancia.

Kala tira de la correa, va a mi lado y mueve el rabo. Driblo a hombres y mujeres y a niños y niñas que suben y bajan y bajan y suben. El aburrimiento comienza a espesarse en mi cabeza pero la caseta de la asociación Brahma Kumaris me permite, como el año pasado, a que pruebe suerte con la ruleta de las virtudes.

Giro la rueda pero la muy cabrona se encasquilla. “Hazlo sin menos energía y sí más corazón”, me susurra al oído el otro yo… En fin, lo que hay que aguantar en esta feria del libro que dejó de ser feria y sí un espacio donde se compran libros con un 10 por ciento de descuento.

Volví a girar la dichosa ruleta y de nuevo la flecha se quedó en tierra de nadie lo que me hizo reflexionar si de verdad tengo virtudes. El pensamiento se disolvió, más cuando me di cuenta que se había formado una pequeña cola de gente que esperaba pacientemente su turno para girar la ruleta. Me perdí entre la masa de personas que subían y bajaban preguntándome ¿por qué?

La respuesta la tuve aunque la confirmé cuando se celebró la rueda de prensa para presentar la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife. Si observan la imagen, además de todos machos, todos son de momento autoridades (vamos a denominarlas así) que desplazaron con la técnica del quítate tú para ponerme yo a los libreros que, se reitera, no hay ninguno entre entre tanto enchaquetado representante de nuestras cosas públicas. Raro, ¿verdad?

En las Ferias, ya saben que cualquier tiempo pasado fue mejor, en las Ferias que recuerdo solía encontrarme con todo dios. Amigos y conocidos, y entre libro y libro y entre charla y charla, caían una o dos cañas. En la Feria compartí, cuando la de Santa Cruz era la Feria del Libro de Tenerife, momentos estupendos y llenos de cultura y de risas con Alexis Ravelo, Yolanda Delgado, Izasku Negrín (Librería de Mujeres, una de las ausentes en la edición de este año), Santiago Gil, Javier Hernández Velázquez, Pablo Martín Carbajal, Pedro Flores, Pepe Corre, Nicolás Melini y el gran Antonio Lozano, entre otros muchos.

Le mostré Santa Cruz la nuit a Pedro Herrasti, y me llevé una extraordinaria impresión de escritores como Fernando Aramburu y Jordi Amat, entre otros…

En ediciones pasadas, recuerdo también a Javier Reverte leer una especie de pregón el día de la inauguración de una de las Ferias y tras finalizar, contarme que estaba a punto de salir un nuevo libro de viajes, en esta ocasión por la isla esmeralda: Irlanda.

De todo aquello ahora solo quedan recuerdos que me llevaré a la tumba pero con esos puntos y apartes que a veces te sorprenden en tu tierra de plácida ignorancia y que te hace más ciudadano del mundo y menos de una patria que dejó de ser almendro hace mucho tiempo.

Paseo por la Feria del Libro y veo algo que no es feria ni . No están los grandes Román Morales y Carlos Centurión, nuestros épicos trotamundos, vendiendo como manteros y entre caseta y caseta sus libros de viajes. Me dicen que los seguritas les invitaban a abandonar el parque porque ahí no podían estar. Todo esto bajo los ojos de la tetuda, que es la estatua de esa fuente vertical que es el centro de este pequeño y hermoso pulmón verde de la ciudad que es el García Sanabria.

Seguiré subiendo y bajando como un zombi por el paseo Domingo Pérez Minik hasta el próximo domingo pero más como un zombi que como un lector pendenciero. Ya no veo a los de antes, unos porque se me fueron demasiado pronto y los otros porque no se les ha perdido nada en esta Feria que no es Feria sino un estrecho paseo en el que firman sus ejemplares algunos amigos/as escritores/as.

Tendré que esperar a octubre para la Feria del Libro de Tenerife, título que se llevó hace años La Laguna mientras el Ayuntamiento de la capital tinerfeña se encogía de hombros dejando que le arrebataran un encuentro que, desde que tengo memoria, se celebraba con otro estilo y sobre todo ambiciones en la capital chicharrera.

Disfruté la Feria de Libro de Tenerife en la plaza de La Candelaria, en la plaza del Príncipe y en el parque García Sanabria que era y es su espacio natural. No vean la que monté cuándo me enteré que se la querían llevar a la Recova Vieja, encerrada en cuatro paredes y bajo techo cuando el libro debe y tiene que estar en la calle, y si es rodeado de árboles, plantas y flores, mejor.

Recuerdo la primera que se hizo recién salidos del confinamiento, allá en el exilio, en los aparcamientos del Palmétum. Y sí, todo era extraño entonces.

Llevábamos todavía mascarillas y nos imaginábamos al virus de la Covid-19 flotar a nuestro alrededor con intenciones perversas pero la Feria, diablos, se instaló. Es verdad que en donde los dioses perdieron los calzones. No participaron en aquella demasiadas librerías. Creo de hecho que se podían haber contado con los dedos de una sola mano, pero se hizo y dio la cara por una ciudad, ay mi Santa Cruz, que dejó escapar la oportunidad de ser también la capital cultural de la isla y de Canarias si se tomara las cosas en serio.

Pero no se las toma. El peso de la Feria del Libro de Santa Cruz descansa en políticos (que están ahí para la foto) y funcionarios (que saben mucho de papeles pero poco de cultura y menos de la calle) y el resultado final es el que vivimos desde hace ya unos años una feria que ya no es na. Na de na.

Bajaré hoy sábado, 4 de mayo, y también este domingo, 5, con la misma pregunta sobrevolando mi cabeza: ¿cuándo dejarán los políticos y funcionarios de controlar la Feria de mi ciudad que fue la Feria de la isla en la que nací? Algo me dice que si esto sigue así, jamás de los jamases. Que los libros, con independencia del color político que gobierne esta capital de provincias, esta isla y el archipiélago, se las traen al pario. Deben de pensar ¿quién, a estas alturas, pierde el tiempo leyendo? Y así salen las cosas como salen…

Miro al cielo, con ese azul tan hermoso y limpio que tiene el de mi ciudad, y tras tropezarme con Pérez Minik en la terraza del Numancia devorando un plato de queso amarillo me pierdo por la rambla camino de la plaza de La Paz pensando una y otra vez aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor… Ya saben, cuando la Feria del Libro no era de Santa Cruz sino de Tenerife, la Feria del Libro de Tenerife.

(*) En la imagen del medio, la de la rueda de prensa, se encuentran de izquierda a derecha el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Santiago Díaz Mejías; David Mille, director general de Comercio y Consumo del Gobierno de Canarias; el alcalde de la ciudad, José Manuel Bermúdez, el consejero de Cultura del Cabildo Insular, José Carlos Acha y Javier Caraballero, concejal de Fiestas .

Saludos, no nos consta que la nostalgia es un error, desde este lado del ordenador

Carta abierta a Santa Cruz

Mayo 2nd, 2024

Reproducimos un escrito que nos remite la Librería de Mujeres. Hace pensar. Y a veces con una sonrisa y es que reír –recuerden– es la mejor forma de tomarse las cosas en serio (Boris Vian).

CARTA ABIERTA A SANTA CRUZ

Con el deseo de que quienes gestionan la cultura de nuestra ciudad recuperen y honren la memoria enviamos este alegato memorioso en un solo acto.

Acto único:

(Música de fondo, Ay, pena, penita pena, en la voz de Lola Flores)

(Sitio de escritura y lectura, la Librería de Mujeres, Donde viven las monstruas*)

(Silencio. Entra voz)

Este es el breve relato de una terrible desaparición*

(Luz tenue. Voz acariciadora)

Érase una vez, hace mucho tiempo, había en Santa Cruz de Tenerife una Feria del Libro. El parque García Sanabria, bajo la atenta mirada de sus árboles y el coro cómplice de su roar de ranas, acogía a las libreras y libreros de toda la isla en un espacio privilegiado donde ocurrían cosas: un espacio vivo, colorista y atractivo, diverso (para todo tipo de lectoras y lectores; para influencers, youtubers, famosos y famosas, pero también escritoras y escritores). Con una programación cuidada y seria –que iba más allá de lo evidente-, centrada en la difusión del libro –y la cultura-, que reunía a autores y autoras isleñas y continentales cuya distinta procedencia no impedía que se celebrara con encuentros la fiesta de la lectura –y de la cultura- en un intercambio rico en experiencias que se nutría de lo común y lo distinto.

A través de nuestra librería llegaron a la isla autoras como Irene Vallejo, Elisa Victoria, Marta Sanz, Sara Mesa, Elena Medel, Mónica Ojeda, Clara Obligado, Cristina Morales, autoras que se integraron en el conjunto de actos generales porque compartir era la meta. En los distintos escenarios y casetas se daban cita nuestras escritoras y escritores.

Pienso ahora en Puri Gutiérrez, en Cecilia Domínguez, en Maite de Vega, Elsa López, Andrea Abreu, Aida Gónzález… Había presentaciones de libros, mesas redondas, y firmas de libros, claro que sí, porque esto es importante, no nos engañemos: las librerías son también lugares de venta, comercios, lugares de trabajo remunerado. Forman parte del oficio de la cultura, como quienes editan los libros, los distribuyen, los traducen, los escriben. Oficios todos que, por muy vocacionales que sean, y en la mayoría de las veces lo son, se dignifican a través de la remuneración, porque un trabajo remunerado es un trabajo reconocido socialmente.

Érase una vez, hace mucho tiempo, el libro era el protagonista absoluto en una feria específica y única, de provincia, que constituía un ámbito de conversación entre autoras y autores pero también entre las personas que participaban de la experiencia y estaban dispuestas a conocer, descubrir y disfrutar de los intercambios e interacciones presenciales. Una feria promocionada y apoyada desde la cultura pública y de lo público, que es la que debe ejercer un contrapeso frente a las inercias del mercado.

Érase una vez, hace no tanto tiempo, en esta ciudad capital de provincia se organizaba y celebraba una Feria del Libro. Hoy la Feria ha desaparecido y los encuentros “culturales” que suceden en las Fiestas de Mayo se han apropiado del nombre poniendo a la cultura en el lugar en que nunca debe estar, como si lo cultural fuera accesorio, insustancial o prescindible, como si la historia de la humanidad no estuviera trazada por los libros.

Hoy, en esta ciudad, quienes manejan los hilos políticos de la cultura han olvidado que la cultura no puede ser, nunca, nunca, como dice una queridísima amiga escritora, “la guarnición del filete”. Frente a ese olvido, a la marginación de la cultura, al desplazamiento del eje, a las confusiones insólitas, a la indiferencia mostrada y a la sordera selectiva enviamos esta carta, deseando que la memoria regrese y con ella la cultura.

(Silencio)

(Se acabó en la voz de María Jiménez)

Nosotras pasaremos la espera apoyadas en el quicio de la librería. Si quieren encontrarnos, ya saben dónde estamos.

¡Felices Fiestas de Mayo!

¡¡¡Cuentistas!!!

Mayo 2nd, 2024

* El espacio cultural Desván Blanco acoge la tarde del sábado 4 de mayo y a las 19 horas la presentación del volumen de cuentos Madres, que contará con la introducción de la escritora y poeta Elsa López, que recibió el Premio Canarias de Literatura en 2022 y es responsable de Ediciones La Palma, que publica esta antología.

Madres es un libro que consta de doce relatos sobre la madre de cada uno de los doce autores que participan, todos ellos masculinos. La obra estuvo al cuidado de Juan Carlos de Sancho, que también incluye una de sus historias en este volumen y que también estará junto a Elsa López en la presentación que está prevista que se celebre este sábado en la capital tinerfeña.

Los autores seleccionados en este libro son Bachir Ahmed Aomar, Antonio Arroyo Silva, Jorge Fonte, Emilio González Déniz, Félix Hormiga, Francisco Lezcano Lezcano, Bruno Mesa, Noel Olivares, Anelio Rodríguez Concepción, Ángel Sánchez; el mismo Juan Carlos de Sancho y Miguel Ángel Sosa Machín, quienes escriben historias sobre sus progenitoras en clave de amor eterno.

* Nicolás Melini reúne algunos de sus cuentos en No es culpa de ellos, ellos no tienen la culpa, que publica la editorial Diego Pun y en los que se resume 25 años de escritura de ficción breve.

El libro incluye cuentos de otros libros anteriores como Historia  sin cariño de Remedios Quiero Besarte, Pulsión del amigo, Africanos en Madrid, Ciénega (libro incluido en la recopilación Aunque no sea el blanco mi color favorito) y Talón pero no incluye narraciones de Cuaderno de mis mayores y del reciente ¿Que qué me pasa, muchacho? al no tratarse de cuentos sino de “narraciones que comportan una combinación de géneros”.

No es culpa de ellos, ellos no tienen la culpa, la frase que da nombre a esta antología, recoge un diálogo en la que un padre ya mayor se refiere a sus hijos, que se encuentran lejos haciendo sus vidas.

Saludos, cuentistas, vaya por Dios, desde este lado del ordenador

La secta del volcán, una novela de Rafa Avero

Abril 30th, 2024

El escritor francés Boris Vian decía que había que reírse para tomarse las cosas en serio. Eso es lo que hace Rafa Avero con La secta del volcán, novela que transcurre en la isla de Tanganasoga que es una suerte de Gran Canaria y Tenerife. Por cierto, Tanganasoga quiere decir en lengua tamazight, que fue la que dicen que hablaron los primeros habitantes del archipiélago, el temblor de la bestia.

El temblor de la bestia o tanganasoga en lengua tamazight tiene mucho sentido en esta historia coral escrita con afortunado sentido del humor ya que los que la habitan como los que la visitan de turismo empiezan a sentir temblores bajo sus pies que no anuncian nunca cosa buena y sí, en todo caso, la amenaza de la erupción de un volcán.

Y es en torno a los temblores y a que el volcán despierte para escupir lava roja por los aires mientras se desliza por sus faldas ríos candentes de fuego, el pilar a través del cual gira esta historia que protagoniza una serie de personajes que Avero presenta de manera paródica porque todo en esta novela, o casi todo al menos, está narrado enclave de humor porque como decía Boris Vian es una forma de tomarse las cosas en serio.

Estructurada en catorce capítulos, con un trece ausente y un doce que se repite, La secta del volcán centra la mirada sobre un grupo de personajes que intentan unos aprovecharse de la situación de emergencia que debería de espabilar a los aplatanados habitantes de Tanganasoga o dejarlos seguir en su feliz modorra de todos los días aunque esta manera de entender la vida a medio camino entre el sueño y la realidad comienza a desgajarse ante la amenaza de que la tierra explote bajo sus pies, que es lo que parece que va a suceder.

En torno a la presumible catástrofe que se desencadenará, en Tanganasoga se mueven como hormigas que han perdido la cabeza políticos, científicos y periodistas que no salen bien librados del escenario en el que Rafa Avero los hace moverse. Parece en este último caso, como si el autor los estudiara a través de un microscopio y los dejara a su libre albedrío. Que cada uno de ellos aparecieran y desaparecieran de las páginas no por su voluntad sino por la voluntad de todos estos protagonistas que a veces parecen marcianos y otros sacados de una película del maestro Berlanga. Se dice esto último porque la novela tiene un aire de sainete que me recordó el cine del director de La escopeta nacional o de obras cumbres del humor negro como son Plácido y El verdugo, solo que en el caso de Avero la risa tiene claro acento canario.

Y es precisamente el humor, la vocación de hacernos reír para que nos tomemos las cosas en serio la principal seña de identidad de este trabajo que llega a las 150 páginas, alguna de ellas muy afortunadas porque logra que lo que inicialmente sea una sonrisa termine por convertirse en una sonora carcajada. Además, para los que residen en esta Canarias nuestra de cada día, La secta del volcán tiene guiños que el lector avisado reconocerá como “nuestros”, y no porque el autor abuse de la manera en cómo se habla el español a este lado del Atlántico sino porque algunos de los personajes y las corrupciones en las que se meten están claramente inspiradas en la realidad. Y en concreto en “nuestra” realidad archipielágica.

No voy a enumerar algunos de los casos que explota Rafa Avero para meter el dedo en la llaga y hurgar donde más duele, pero si está iniciado en la reciente y no tan reciente historia política canaria reconocerá algunos de los casos que se desmigajan en esta novela que por su comicidad para contar lo que no se atreven los medios de comunicación convencionales, alegrará el día a los lectores que están en la onda. Además, Rafa Avero consigue con esta novela en la que intervienen entre otros un alcalde y un asesor publicitario aportar uno de los todavía escasísimos títulos de humor (aunque sea corrosivo como es en este caso) de la literatura vamos a decir canaria aunque no me gusta regionalizar las literaturas porque soy de los que creen que las letras no tienen patria ya que todas, absolutamente todas pertenecen a una misma república que no es otra que, ya ven, la de las letras.

Me consta que La secta del volcán es la primera incursión literaria que emprende Rafa Avero, a quienes conocerán los del gremio periodístico por su trabajo fotográfico. De hecho la imagen de portada y la de contraportada son de su autoría así que animaría a que siga explotando su vena como escritor porque tras la lectura de lo que imagino nació como experimento se atisban los mimbres de un narrador cuanto menos interesante y de un escritor que necesita seguir trabajando el estilo, pero se trata de un autor en ciernes al que le deseo un futuro prometedor si continúa, precisamente, escribiendo. Y más historias de este calado, como es la de utilizar la parodia para mostrarnos verdades, alguna de ellas hirientes y claramente inspiradas en esa realidad que nos atosiga todos los días. Sin voces como la de Avero y ante lo que tenemos y se avecina, es necesario que hayan escritores y escritoras que nos cuenten todos estos hechos a golpe de cuento o novela, teniendo claro, como lo tiene Rafa Avero y mucho antes Boris Vian, que hay que reírse para tomarnos las cosas en serio.

Saludos, érase una vez…, desde este lado del ordenador